Por el desierto
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PARA LA SEQUIA ESPIRITUAL

Las verdades bíblicas nos ilustran la naturaleza de la experiencia cristiana presentándola como una vida exuberante y fructífera y lleno de éxito.

El salmista afirmó que el Hijo de Dios o sea una persona lavada con la sangre de cristo redimida del pecado y salmo por la gracias es «como árbol plantado junto al río de aguas, que da su fruto a su tiempo y su hoja no cae» (Salmo 1:3);

y los profetas lo confirmaron
Porque será como el árbol plantado junto a las aguas, que junto a la corriente echará sus raíces, y no verá cuando viene el calor, sino que su hoja estará verde; y en el año de sequía no se fatigará, ni dejará de dar fruto (Jeremías 17:8;

Me hizo volver luego a la entrada de la casa; y he aquí aguas que salían de debajo del umbral de la casa hacia el oriente; porque la fachada de la casa estaba al oriente, y las aguas descendían de debajo, hacia el lado derecho de la casa, al sur del altar. Ezequiel 47:1;

Y volviendo yo, vi que en la ribera del río había muchísimos árboles a uno y otro lado.
Ezequiel 47:7;

Y junto al río, en la ribera, a uno y otro lado, crecerá toda clase de árboles frutales; sus hojas nunca caerán, ni faltará su fruto. A su tiempo madurará, porque sus aguas salen del santuario; y su fruto será para comer, y su hoja para medicina. Ezequiel 47:12;

Acontecerá también en aquel día, que saldrán de Jerusalén aguas vivas, la mitad de ellas hacia el mar oriental, y la otra mitad hacia el mar occidental, en verano y en invierno. Zacarías 14:8).

El Señor Jesucristo, refiriéndose a sus seguidores, dijo: «El que cree en mí..., de su interior correrán ríos de agua viva» (Juan 7:38).

Y en el último libro de la Escritura se nos presenta la nueva Jerusalén regada por «un río limpio de agua de vida... en medio de la calle de la ciudad, a uno y otro lado del río, estaba el árbol de la vida... y las hojas del árbol eran para la sanidad de las naciones» (Apocalipsis 22:1-2).

Todo nos da a entender que la fe nos une a Dios en comunión vivificante. Y en esa comunión hallamos paz, gozo, esperanza, vigor y una invitación a su servicio que da sentido pleno a nuestra vida. Cuando vivimos esta experiencia entendemos el significado espiritual del agua y damos gracias a Dios por sus efectos.
Pero no siempre vivimos «junto al río de aguas», pues no siempre nuestra comunión con Dios es lo que debiera ser.
De vez en cuando (¿o con frecuencia?) pasamos por la experiencia de la sequía espiritual. David expresó esta situación con un lamento angustioso: «Mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela, en tierra seca y árida donde no hay aguas» (Salmo 63:1). Si terrible es una sequía física pertinaz, más lo es la sequía espiritual.

I. Cómo se manifiesta

En los periodos de sequía el creyente es víctima de la apatía y de una cierta insensibilidad.


Lee la Biblia, o su interés es casi nula y el dice la Biblia no me dice nada; la encuentra árida (¿proyección de su propia aridez interior?), carente de mensaje para su alma.

Ora, pero la oración ha perdido fervor. Ha degenerado en rutina fría; se tiene la impresión de que no sube más allá del techo; no se espera que tenga efectos objetivos, y subjetivamente resulta ineficaz y sobre todo surge una vida desinteresada a la oración y termina no orando y perdiendo la comunión.

La asistencia a las reuniones de la iglesia se convierte en una carga, pues no encuentra en ellos nada que le estimule, y todo lo ve como una rutina o simplemente asiste por cumplir o acompañar a la persona que estima pero no existe un gran interés de agradar a Dios.

La comunión con los hermanos más bien le molesta. Aunque le amen, él sólo ve sus defectos; a veces los tiene a todos por hipócritas. No se siente a gusto a su lado y en ocasiones a esta persona le resulta difícil platicar y si lo hace solo lo hace para herir o criticar a los demás.

Se produce un debilitamiento en la lucha contra el pecado y las influencias mundanas, así como un retraimiento ante oportunidades de dar testimonio de su fe y termina en un ambiente de pecado y maldad es mas su comportamiento se asimila a una persona que no tiene el temor de Dios, y es mas su comportamiento lo justifica que lo que hace es un resultado de los demás y no de el.

Consecuencia global: un sentimiento amargo de desolación interior. Un vacío insoportable. De tal manera que su vida se vuelve un desierto con un deseo de paz y tranquilidad, si ha pecado su condición es a un peor porque siente que lo le aman y que Dios se ha olvidado de el.



II. Causas

Pueden ser de muy diferente índole:

1. Espirituales
Su origen se debe a veces a problemas de fe: influencia del racionalismo, dificultades para aceptar lo sobrenatural, para comprender los misterios de la teodicea, el escabroso problema del sufrimiento en el mundo, o dificultades en el examen de ciertos pasajes bíblicos.

Otras veces la causa puede ser el pecado. David, después de haber cometido su doble pecado de adulterio y homicidio, confesó: «Se volvió mi verdor en sequedades de estío» (Salmos 32:4).

A menos que tras la comisión del pecado nos volvamos arrepentidos a Dios implorando su perdón, nuestra sensibilidad espiritual se secará inevitablemente; y, con la sensibilidad, el vigor de la fe.

La mediocridad de nuestro cristianismo es también no pocas veces causa de sequía espiritual. Como los lo dice, no somos fríos ni calientes (Apocalipsis 3:15-16).

Nos dejamos influir más por el espíritu del mundo que por el Espíritu Santo. No nos tomamos suficientemente en serio las implicaciones éticas y de compromiso de nuestra fe. A muchos creyentes se nos podría aplicar el texto de una inscripción que puede leerse en la catedral de Lübeck (Alemania): «Me llamáis SEÑOR y no me obedecéis. Me llamáis LUZ y no me veis. Me llamáis CAMINO y no me seguís.» De un cristianismo así
¿puede esperarse una experiencia de plenitud espiritual?
¿Nos sorprenderá que en vez de ser como el árbol plantado junto a arroyos de aguas vaguemos insatisfechos por un desierto?

2. Existenciales
Problemas personales o familiares, enfermedades, pérdidas graves o tribulaciones de diverso tipo. Si no se superan mediante la fe, confiando plenamente en la soberanía sabia y bondadosa de nuestro Padre celestial, la sequía es casi inevitable.

3. Mentales
Con bastante frecuencia la sequía no tiene causas espirituales ni existenciales. Son simplemente psíquicas o psicofísicas. Una persona psíquicamente lábil o de carácter depresivo no debe sorprenderse con desaliento si alguna vez su fe parece debilitarse y le domina el desánimo. Factores tan comunes como el estrés, falta de sueño prolongada, molestias físicas persistentes como el dolor crónico o incluso alteraciones digestivas pueden secar el alma de un creyente fiel.

Naturalmente esta experiencia no debe preocupar demasiado. Es pasajera. Sobre la oscuridad enervante prevalecerá pronto de nuevo la luz.

III. Cómo reaccionar

Cuando sobreviene la sequía del alma la reacción puede ser muy negativa, pero también puede ser saludablemente positiva.

En el primer caso se corre el peligro de abandonar la fe que se ha profesado antes, quizá durante años. Semejante decisión equivale a un suicidio espiritual.

En la reacción positiva el creyente decide perseverar en su vida cristiana a pesar de todo (dudas, problemas de fe, experiencias torturadoras, decepciones, etc.). Y hace bien. En cualquier momento, inesperadamente, la sequía puede cesar.

Dios puede enviar en el momento oportuno una lluvia vivificadora mediante una lectura, un reunión, una conversación, un acto de servicio cristiano, un pensamiento inspirado por el Espíritu Santo, una manifestación clara del cuidado amoroso de Dios o simplemente haciendo desaparecer las causas, espirituales, físicas o psíquicas, que habían originado el tiempo seco.

La reacción positiva tiene dos manifestaciones:

1. Confianza en Dios
Pablo nos asegura que «el que comenzó en vosotros la buena obra la perfeccionará hasta el día de Jesucristo» (Filipenses 1:6).
No menos inspiradoras son las palabras de Jeremías: «Bendito el varón que confía en el Señor, porque será como el árbol plantado junto a las aguas... y no teme la venida del calor, sino que su follaje está frondoso, y en el año de sequía no se inquietará ni dejará de dar fruto» (Jeremías 17:7-8).

¡Promesa reconfortante! - Difícil de creer, quizá pensarán algunos. ¿Cómo es posible que se cumpla en plena aridez del espíritu?

Debemos discernir entre nuestra apreciación subjetiva de una situación (lo que yo pienso, lo que siento) y la realidad objetiva que sólo Dios conoce de modo perfecto. Nosotros a menudo vemos, como Don Quijote, gigantes donde sólo hay molinos de viento. Haríamos bien en recordar el principio señalado por el apóstol: «Por fe andamos, no por vista» (2 Corintios 5:7).

Ni por sentimientos. La fe se apoya no en sensaciones sino en la realidad de todo lo que Dios es y hace. Mi sequía no agota los depósitos de la gracia de Dios. Ni su amor. Ni su poder renovador. «Él transforma el desierto en estanques de aguas, y la tierra seca en manantiales» (Salmos 107:35).

2. Resistencia a toda costa
«Resistid al diablo y de vosotros huirá» (Santiago 4:7).
En la Torre de Constanza (Francia), donde creyentes hugonotes sufrieron y murieron por su fe, todavía hoy puede leerse una palabra impresionante grabada en una piedra: «Resistes» (resistid).
Y aquellos héroes de la fe resistieron a pesar de sus sufrimientos. Deberíamos nosotros hoy ser imitadores de su entereza perseverante.
La resistencia debemos mantenerla sin abandonar ninguna de nuestras defensas: lectura de la Biblia, oración, asistencia a los cultos, conducta cristiana, compromiso en una vida de servicio.
A la par que resistimos, haremos bien en unirnos al canto de aquel bello himno: «Tentado, no cedas; ceder es pecar. Te será más fácil luchando triunfar». Y esto sin hacer demasiado caso de los periodos de sequía. Si amamos al señor,
PASARÁN. Y volverán los días en que diremos con Isaías: «He aquí Dios es mi salvación; confiaré y no temeré, porque mi fortaleza y mi canción es el Señor, quien ha venido a ser mi salvación» (Isaías 12:2).

Si es así, «con gozo sacaremos aguas de las fuentes de la salvación» (Is. 12:3).

Te invito a que hoy rindas tu sequía espiritual al SEÑOR.

Padre en este momento en el nombre de Jesucristo tu hijo amado me rindo ante ti, y reconozco con mis fuerzas he querido solucionar todos mis problemas y la verdad no he tenido resultado solo decepciones y mis problemas son cada días mayores, pero el día de hoy quiero que tomes todas mis angustias, depresiones, y mi problema (especificar aun sean muy difíciles y privadas e intimas)

Y esto ha ocasionado una gran sequía en mi vida, pero hoy anhelo de ti y por esta razón y en este momento me desprendo de lo que me agobia y lo dejo en tus manos como dice tu palabra hecho sobre ti mi carga y acepto tu redención y te pido perdón por mi indiferencia, mi apatía y el poco interés a ti y quiero que tu seas siempre mi ayudador, y en este momento invito a tu espíritu santo que me fortalezca y me guíe por el camino adecuado porque se que el es el mejor guiador y confieso con mi boca que ya no estoy solo porque se que a partir de hoy tu serás mi amigo y ayudador, gracias señor. Y ahora me declaro libre por tu sangre y por el sacrificio que hiciste por mi en la cruz, gracias soy libre y se que hoy tengo la victoria. Amen.,

Cualquier comentario serán bien recibido y cualquier petición de oración lo tomaremos en cuenta

Este estudio fue adaptado con ayuda de otro siervo en conjunto y esperamos que sea de mucha bendición.

Jalor

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